La ciencia en la historia de Abuelas

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Por Paula Pedraza – Columnista de divulgación científica del programa Amanece Que No Es Poco – Radio Del Plata (101.3)

La historia empieza en 1977, cuando las Abuelas se empiezan a reunir y darse cuenta también de que además de buscar a sus hijos debían buscar a los nietos desaparecidos. Pero entonces surge una pregunta: ¿Cómo buscar a una persona sin rastros? ¿Por dónde empezar? Y si es encontrada ¿cómo probar que es esa persona?

Durante estos primeros años, las abuelas empezaron reuniendo fotos, documentos, denuncias de desaparición. Hicieron extensas listas donde detallaban gustos y preferencias de sus hijos (comidas, deportes, libros) con la esperanza que toda esa información sirviera. Pero la realidad era que con esos datos -ni aún con el parecido físico- se podía probar que una persona es familiar de otra.

Corría el año 1979 cuando ven una notica en un diario que decía: “con un análisis de sangre se prueba la paternidad de un hombre que se negaba a reconocer a su hijo”. Las Abuelas se preguntan entonces: si los padres no están ¿servirá la sangre de las Abuelas para identificar a un niño?

Y así empieza un peregrinar ante diferentes científicos en distintos países del mundo. Al principio reciben sólo negativas pero -lejos de darse por vencidas- con esa perseverancia ejemplar en el año 1982 se contactan con Víctor B. Penchaszadeh, quien era genetista y se desempeñaba como profesor de la Universidad de Columbia en Nueva York. Actualmente, es el director del Banco Nacional de Datos Genéticos. Y es justamente él quien ve en el planteo de las abuelas un problema posible de ser resuelto por la ciencia, ya que en ese momento se estaban usando pruebas de sangre para paternidad. El desafío era ver cómo hacer cuando no estaban los padres.

Es así que conecta a las abuelas con los científicos Fred Allen -director de Blood Center de Nueva York- y Marie Claire King -especialista en epidemiología genética de la Universidad de Berkeley, quienes se vuelcan a trabajar en este desafío. La pregunta científica que se plantea entonces es: ¿existe algo biológico que se trasmite de padres a hijos, un elemento constitutivo de la sangre que sólo aparezca en personas que pertenecen a una misma familia?

Y la respuesta que encontraron es si: hay unas proteínas que están en las células de nuestra sangre y que se heredan. Además tienen gran variabilidad -es decir que hay muchas distintas- o sea que la probabilidad de que dos personas que no esté emparentadas tengan el mismo grupo de proteínas es remotísimo. Teniendo en cuenta esto, elaboraron una fórmula estadístico-matemática -con base probabilística- que mide esa probabilidad bajísima. A esa fórmula se le llamó el ÍNDICE DE ABUELIDAD. Este descubrimiento se presentó en un simposio científico en 1983 y constituyó un gran avance de la ciencia a nivel mundial. Al año siguiente, con la utilización de este índice se logra la identificación de Paula Logares, quien se constituye en la primera nieta recuperada gracias al trabajo científico de Abuelas.

A pesar del éxito obtenido, era necesario seguir perfeccionando los métodos para volverlos más fiables aún y más sencillos, ya que se requerían entonces de muchas muestras de sangre para llegar al resultado. Además, en algunos casos no había abuelos, y sólo otros familiares, y eso complicaba los estudios.

Paralelamente a la aplicación del Índice de Abuelidad, los científicos estaban trabajando en un campo reciente pero muy prometedor: el estudio del ADN humano.

¿Qué es el ADN? La identidad biológica de una persona está en su ADN. Se trata de una una sustancia química – una molécula – dividida en fragmentos que conforman los pares de cromosomas distintos, y a su vez estos se componen de entre 22500 y 25000 genes distintos. Esto le da una gran variabilidad y por lo tanto la probabilidad de que dos personas que no están emparentadas compartan parte de la secuencia es casi nula -excepto en gemelos idénticos.

Por otra parte, en las células hay unos componentes que se ocupan de la respiración celular llamados mitocondrias. Dentro de ellas hay ADN -como en todas las células del cuerpo- pero las mitocondrias se heredan exclusivamente por línea materna. Es decir que una madre tiene el mismo ADN mitocondrial que su mamá, su abuela, sus hijas, hijos, hermanos y hermanas. Y esta condición es ideal para conectar abuelas y nietos. Así en 1985 Marie Claire King publica un artículo donde plantea las técnicas para la identificación de nietos a través del análisis de ADN mitocondrial de sus abuelas.

¿Y si la abuela no está? ¿Qué hacer en ese caso? Afortunadamente, los varones transmiten el cromosoma Y de varón a varón. Es decir que todos los varones de la línea paterna tienen el mismo cromosoma Y. Por lo tanto, que es posible conectar a los varones de una familia a través del estudio del cromosoma Y.

Es decir que estudiando el ADN no es necesario tener una gran cantidad de muestras por parte de los familiares, lo cual simplifica el proceso. Desde el año 2000 y luego de 10 años de trabajo, se tiene la secuencia completa del ADN humano, lo que llamamos el Genoma Humano.

Además del trabajo científico estos descubrimientos necesitaban de un marco legal que pudiera contenerlos y transformarlos en herramientas vivas para la búsqueda de los nietos. Es así que en el año 1987 se crea por ley el Banco Nacional de Datos Genéticos, un organismo estatal pero autónomo destinado a la toma de muestras, análisis y comparación para la identificación de personas.

A nivel internacional, en 1989 se realiza la Convención por los Derechos del Niño. Allí, los artículos 7 y 8 –conocidos como las cláusulas argentinas- establecen que todo niño tiene derecho a un nombre y una nacionalidad, y a conocer a sus padres, y que es deber del Estado preservar la identidad y restituirla si hubiese sido privada de ella.

En 1998 nuestro país da un paso decisivo: se crea la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI) y junto con esta se establece –en acuerdo con los pactos internacionales firmados- la identidad como un derecho.

Finalmente, en 2009 se modifica y actualiza la ley de creación del Banco Nacional de Datos Genéticos y se establece además que el derecho a la identidad es un derecho social, de rango constitucional. No se trata de un derecho personal es decir que una persona de la que se sospecha está cambiada su identidad no puede decir que no quiere saber. Además, la apropiación de niños y la supresión de identidad es un delito de lesa humanidad, de acción pública y que no prescribe. Y es obligación del Estado resolverlo. En este sentido, el derecho a la identidad es superior a cualquier derecho individual, por ejemplo, el derecho a la privacidad.

Como dice Estela de Carlotto: “nuestros nietos -hoy adultos- tienen el derecho a saber quiénes son y también tienen obligación de dar una muestra porque llevan la prueba de un delito en su sangre”.

Hoy, 30 años después de la primera restitución, y con las herramientas científicas y legales necesarias, las abuelas tienen nuevos desafíos: ¿cómo lograr que más jóvenes que duden de su identidad se acerquen a hacerse los exámenes? 116 nietos han sido restituidos, pero hay alrededor de 400 jóvenes que aún viven con una identidad que no es la suya. Reparar eso es deber del Estado, recordar es deber de todos.

Fuentes:

* Documental 99,99% La ciencia de las Abuelas. Disponible en los siguientes enlaces:

* Libro Las Abuelas y la genética. Disponible en: http://www.abuelas.org.ar/material/libros/LibroGenetica.pdf