
Lo que ocurrió en Corrientes con la irrupción del partido provincial no es un hecho menor. En un escenario político marcado por la confrontación entre el oficialismo libertario y un peronismo que intenta reorganizarse, la emergencia de una fuerza local que se planta con identidad propia rompe la lógica de la “grieta” y abre un interrogante sobre el futuro del sistema político argentino.
La fortaleza de este espacio radica en dos factores: primero, la representación de intereses locales que no encuentran eco en la agenda nacional; segundo, el hartazgo de una ciudadanía que percibe que la pelea entre Milei y el peronismo no resuelve sus problemas concretos. Allí aparece un discurso que pone el foco en la producción, el federalismo y la defensa de los recursos propios, con una narrativa que cala en un electorado cansado de la promesa incumplida.
El caso correntino no es aislado: forma parte de un fenómeno más amplio en el interior, donde los partidos provinciales resurgen como alternativa real frente a la crisis de legitimidad de las grandes coaliciones. Neuquén y Misiones son ejemplos de larga tradición; ahora Corrientes se suma mostrando que, con organización y una base social sólida, se puede desafiar la centralidad porteña y los discursos nacionales que absorben la escena pública.
¿Es el inicio de una tercera vía duradera o solo un gesto coyuntural? La respuesta dependerá de dos cosas: la capacidad del partido provincial para sostener su autonomía frente a las presiones de Milei y del peronismo, y la habilidad para traducir la protesta en gestión concreta. Si lo logra, Corrientes habrá marcado un precedente de peso: que en la Argentina no todo se decide entre el Presidente y la oposición tradicional.