El voto ausente

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 Por Matías Enríquez

En la Argentina de la grieta y de la crispación constante, son muy pocos los puntos en contacto que tienen las principales fuerzas políticas del país, que miran casi con alergia una mínima intención de rubricar una suerte de Moncloa en estas latitudes. Uno de esos pocos puntos en común en los que sí hay cierto grado de unidad entre el oficialismo y la oposición es en la preocupación respecto de la creciente abstención de los ciudadanos al voto y del aumento de los votos emitidos en blanco.

En las elecciones provinciales que se llevaron a cabo en el año 2019 un promedio del 25% del electorado no acudió a las urnas para ejercer su derecho al voto. En lo que llevamos de este 2023, se observó una abstención al voto promedio del 30%, lo que representa un aumento significativo. 

Ese 5% esconde un sinfín de motivos. En este aspecto, hay algunos casos sonoros como las elecciones en la provincia de San Luis que se realizaron el 11 de junio pasado, que tuvo un descenso del 16% en materia de participación en comparación con 2019 o Corrientes donde hubo un 13% menos de implicación que en 2019. 

Si bien algunos analistas sospechan que esto se trata de fenómenos más “locales”, los principales candidatos presidenciales miran estas cifras con cierto grado de preocupación, de cara a las próximas Elecciones Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias y esperando que la tendencia se revierta para las generales de octubre.

En sintonía con ello, otro factor que preocupa es el fuerte incremento de los votantes en blanco, el cual creció en gran parte de las provincias que ya emitieron sus votos para gobernadores, diputados e intendentes. 

Quizás el caso más llamativo sea el de Tierra del Fuego, en donde el voto en blanco obtuvo el segundo lugar con un 20% debajo del reelecto gobernador Gustavo Melella o los casos de Jujuy –que pasó del 4,9 de votos en blanco en 2019 al 8,1 en 2023– o de Río Negro –del 1,3 en 2019 al 6,7 en 2023–. Pese a que el voto en blanco es una herramienta legítima que tienen en su poder los electores para manifestar su disconformidad con los candidatos, indudablemente que el voto en blanco favorece a los candidatos más votados.

El voto ausente

Los motivos parecen ser varios por el cual la ciudadanía ha incrementado la abstención electoral, algo que se ha analizado en varios medios por estos días. Los factores son heterogéneos pero sin duda que la desconfianza en la clase política y el descontento con algunos de los candidatos electorales disponibles son los dos grandes aspectos a tener en cuenta para el análisis. 

A ello deberíamos sumarle la apatía hacia lo político, algo que no es propio de estos tiempos sino que viene in crescendo hace algunos años, evidenciado en esa intencionalidad del voto de muchas personas que ejercen su derecho sin total convencimiento y seleccionan al candidato “menos malo”. Todo este combo, sumado a la fuerte desinformación que circula en tiempos electorales, resulta ser algo que debería generar una gran preocupación a la clase política en su totalidad.

Estos considerables números de abstención al voto también se dan por un fuerte desencanto por el malestar económico prolongado que padece la sociedad argentina y representa todo un desafío en materia netamente electoral. 

Por un lado, este desapego por el voto dificulta la tarea de las encuestadoras –como si éstas no tuvieran ya problemas de legitimidad y credibilidad–  pero también representan todo un desafío para la planificación estratégica de los candidatos. 

En definitiva, con números de abstenciones tan altos, ¿hacia quienes se dirigen los mensajes en las comunicaciones de campaña? ¿Se atiende este desencanto de la política o se persiste en esa cámara de eco hablándole al votante propio?